Lectura: Gálatas 4:15-20
Pastora Belkis Fernández
En principio los Gálatas recibieron a Pablo con abrazos y con mucha hospitalidad, a pesar de la enfermedad que tenía en su cuerpo. ¿Qué no hubieran hecho por Pablo? Hasta sus ojos eran capaces de sacárselos.
¿Por qué un cambio tan drástico? Empezaron por el Espíritu, luego dejándose influenciar por falsos hermanos y por la hipocresía de creyentes que priorizaban la ley y los ritos de Moisés antes que la gracia, iban a terminar en la carne.
La sinceridad de Pablo por decir la verdad provocó enemistad y celos, decir la verdad causa molestia y hasta enemistades, parecía que su trabajo fue en vano. Pablo les dice, “Hijitos míos”, cargado de ternura y afecto, como cuando una madre corrige a un hijo, pero preocupado por la falta de formación del carácter de Cristo en sus vidas. El apóstol utilizó la figura de una madre que está con dolores de parto, para mostrarles el sufrimiento que tenía hacia ellos.
En el momento de un parto hay dolor, expectativas, inseguridad y un proceso de espera. Todo termina cuando nace la criatura, la relación de los Gálatas con Cristo estaba en peligro porque algunos no entendían lo que es ser hijo de la promesa, no entendían que la salvación es por la gracia, los que creían en la ley, querían judaizar a los Gálatas y pretendían obtener fama y reconocimiento, sujetándose solo a rudimentos.
Somos herederos según las promesas que Dios le hizo a Abraham y a Sara, pero hay un tiempo de espera, hay un proceso que tenemos que pasar para llegar a la madurez y crecimiento y es dar a luz, con dolor, el carácter de Cristo hasta ser formado a su imagen y semejanza.