Lectura: Salmo 133:1-3
Pastora Belkis Fernández, D.Min.
El Salmo 133 inicia con un consejo congregacional, de echar una mirada, una vista de lo bueno y delicioso que es convivir en fraternidad. La bendición de congregarnos es refrescante y debe trabajarse hasta poder difundir el olor a Cristo en nuestra comunidad. Es agradable cuando los hermanos conviven en armonía.
La armonía es la relación existente entre las distintas partes o elementos de un todo, por la cual este resulta grato a los sentidos o a la mente. Las partes somos los creyentes, el todo es la congregación, la reunión, la iglesia.
El salmista compara la convivencia armoniosa a dos experiencias que vivió el pueblo de Israel:
Al aceite de la unción que se derramó sobre la cabeza de Aarón hasta el borde de su vestidura. Una bendición completa cuando te reúne para adorar al Señor.
Al rocío del monte Hermón que cae sobre las montañas de Sion. El monte Hermón acumula nieve que luego se derrite y llega al rio Jordán y todos se benefician. Es el monte más alto, símbolo de prosperidad, de agua, frescura y armonía espiritual.
En el ambiente de sana convivencia hay bendición de parte de Dios. Una bendición que se puede manifestar en la salud del cuerpo, la mente, las emociones, las relaciones. La bendición de Dios no trae tristeza, no empobrece, no compite, no se compara. La bendición de Dios es armoniosa porque une personas y nos abarca a todos.
También Dios trae algo de mayor trascendencia, pues envía vida eterna. La iglesia [congregación] es una comunidad de gente salvada, agregada como gente santa (Hechos 2:47 NVI).
El Señor Jesús en Juan 17:20-21 ora por los desafíos que tiene cada creyente en cuanto a practicar la unidad. La petición de Jesús es de que seamos uno, así como el Padre y el son uno. El creyente tiene que vivir una vida consagrada, es decir apartada para servir a Cristo, difundiendo armonía, frescura de espíritu y pregonando el olor a Cristo.
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