Lectura: Hechos 1:4-11
Pastora Belkis Fernández
Jesús apareció varias veces a sus discípulos por cuarenta días después de la resurrección. Él estuvo predicando y enseñando acerca del reino de Dios y les mandó que no se fueran de Jerusalén, sino que esperasen la promesa del Padre, la cual les dijo, oísteis de mí.
Dios derramaría su Espíritu, pero ellos debían estar juntos y en Jerusalén. Escuchando el consejo del Señor, los apóstoles esperaron juntos el día de Pentecostés y todos fueron bautizados con el Espíritu Santo, que es la promesa cumplida.
En 1 Corintios 12:13 dice el apóstol Pablo:
Porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres; y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu.
En medio de la diversidad, Dios quiere unidad. No importa la nacionalidad o el estatus que tengas si eres un creyente, recibirás el don del Espíritu Santo al recibir a Jesús como Señor y Salvador. Allí estaban su madre, sus hermanos, apóstoles de primera línea, seguidores en general y todos fueron llenos del Espíritu Santo sin distinción de personas. (Hechos 2:4). Pero no olvides que tienes que permanecer lleno del Espíritu de Cristo, tal como dice Pablo en Efesios 5:18. A partir de ese momento el Señor empoderó a la iglesia a cumplir con la misión de ser testigos de Cristo.
Al estar juntos tuvieron la oportunidad de presenciar la ascensión de Jesús al cielo y verlo hasta que una nube lo ocultó. Juntos también pudieron recibir al Espíritu Santo que es la promesa del Padre. Todos los creyentes permanecían unidos, sujetos a los apóstoles en la doctrina, partimiento del pan y en las oraciones. Los cristianos solitarios no eran posibles.