Lectura: Hebreos 9:11-14
Pastor Pedro Julio Fernández
Es capaz de limpiar cualquier conciencia de obras muertas y la mancha del pecado. Ni la lejía ni el jabón, ni la sangre de animales ofrecida en ritos religiosos pueden limpiar el pecado de la gente. Tampoco las religiones, las buenas costumbres, la disciplina, el deporte, el arte y la cultura pueden limpiar los pecados. Ni la ciencia y la tecnología con todos sus avances lo pueden hacer. Los poderíos militares y económicos no pueden, solo la sangre de Cristo nos limpia de todos los pecados.
Cuando Juan envió la carta universal a los creyentes les recordó que no pecar era sinónimo de andar en la luz, y que la práctica del pecado es el equivalente a vivir en las tinieblas. También abrió teológicamente la esperanza de que la sangre de Cristo nos limpia de todo pecado y que abogado tenemos para con el Padre si cometemos una falta, la reconocemos y nos apartamos de ella.
El autor de la carta a los Hebreos nos recuerda de qué forma operaban los sacrificios en el AT, especialmente la sangre de los animales para comparar la eficiencia y alcance del sacrificio de Cristo. Aquellos eran de efectos temporales y cada año había que hacer lo mismo. En cambio, la sangre de Cristo tiene tanto poder que purifica nuestra conciencia de obras muertas para servir al Dios vivo.
¿Nota la diferencia? Nos limpia de pecado y nos da la oportunidad de servir a Dios cuando no servíamos para nada. El episodio narrado por el profeta Isaías en su libro capítulo 6 refleja mejor lo que aquí estamos hablando. “Esta brasa ha tocado tus labios.”
Con ella, Dios ha quitado tu maldad y ha perdonado tus pecados». Enseguida oí la voz de Dios que decía: “¿A quién voy a enviar? ¿Quién será mi mensajero?” Yo respondí: “Envíame a mí, yo seré tu mensajero” Dios lo limpia y lo usa como mensajero. ¡Gloria a Dios!