Lectura: Lucas 2:25-35 Pastora Belkis Fernández
Somos privilegiados cuando hablamos del nacimiento de Jesús y de su vida aquí en la tierra. Simeón fue testigo ocular de su nacimiento, fue un hombre honrado el cual presentó a nuestro Redentor. El Espíritu Santo lo utilizó como un profeta que tenía que decirle a su madre la verdad completa, aunque le duela, pero esa era su misión.
Los padres biológicos de Jesús fueron fieles con la costumbre que aprendieron de sus ancestros en cumplir la ley de Moises. El niño Jesús fue circuncidado, la madre tomó su tiempo de purificación y lo presentaron en el templo, llevando una ofrenda humilde a Jehová. No lo llevaron con las manos vacía. El mensaje que trae Simeón consiste en dos opciones y solo una tiene que escoger:
1. Rechazar a Jesús: Si alguien rechaza el evangelio, Jesús se convierte en un problema, en una piedra de tropiezo. (1 Pedro 2:8). El que desprecia a Jesús es un desobediente.
2. Recibir a Jesús: El que acepta a Jesús será levantado y/o resucitado. Efesios 2:5-10. Quienes rechazan a Jesús vivirán en un mundo de contradicciones, pero aquellos que lo reciben recibirán luz y discernimiento aun de sus pensamientos.
¿Qué podemos aprender de este mensaje? O aceptas o rechazas a Jesús. Si acepta, tiene que participar de su misión y ser un agente de su kerigma o proclamación. Para enseñar tenemos que ser enseñables. Ahora tenemos al Hijo de Dios el cual es luz para todos, un mensaje que incluye a los de afuera y gloria del pueblo remanente. Cumplamos con la misión de anunciar su proclamación.