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He Oído Tú Oración - Sermón

Lectura: 2 Crónicas 7:11-14

Pastor Pedro Julio Fernández


El templo de Jerusalén se construyó en siete años y se emplearon más de 150 mil obreros. Salomón aprovechó todos los recursos que su padre le dejó, más los que adquirió tanto en Israel como en lejanas tierras para hacer algo esplendoroso para Dios.


El día de la dedicación/consagración del templo se ofrecieron veintidós mil bueyes y ciento veinte mil ovejas (1 Reyes 8:63). Salomón hizo un lugar especial para hacer la oración de inauguración y cientos de sacerdotes ministraban. En su oración dijo varias cosas de las cuales mencionamos estos escenarios:

Si Israel fuera a la guerra, o llegara el hambre, enfermedades, sequía, llegada masiva de extranjeros, o que el pueblo pecara; Dios tendría que oír a todo el que orara en ese palacio.


Y cuando Salomón terminó de orar, descendió fuego desde el cielo y consumió el holocausto y los sacrificios, y la gloria del Señor llenó la casa. Los sacerdotes no podían entrar en la casa del Señor, porque la gloria del Señor llenaba la casa del Señor. Y todos los hijos de Israel, viendo descender el fuego y la gloria del Señor sobre la casa, se postraron rostro en tierra sobre el pavimento y adoraron y alabaron al Señor, diciendo: Ciertamente Él es bueno; ciertamente su misericordia es para siempre (2 Crónicas 7:1-3). Todo terminó el 23 del segundo mes y cada cual se fue a su casa.


Así acabó todo y el Señor se apareció a Salomón de noche y le dijo: He oído tu oración, y he escogido para mí este lugar como casa de sacrificio. Si cierro los cielos para que no haya lluvia, o si mando la langosta a devorar la tierra, o si envío la pestilencia entre mi pueblo, y se humilla mi pueblo sobre el cual es invocado mi nombre, y oran, buscan mi rostro y se vuelven de sus malos caminos, entonces yo oiré desde los cielos, perdonaré su pecado y sanaré su tierra (2 Cr 7:11-14).


Dios tiene compromiso con él que se humilla, se arrepiente y cambia su camino. Dios no oye a los pecadores, pero sí estos se arrepienten (Juan 9:31).

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