Lectura: Jeremías 18:1-6
Pastora Belkis Fernández, D.Min.
Jeremías utiliza la artesanía más antigua para comparar la fragilidad del ser humano, tal como lo es el barro en las manos del alfarero al hacer una vasija.
El Señor le dice a Jeremías, baja al taller del alfarero y allí te hablaré. El hizo lo que el Señor le había mandado y encontró al alfarero trabajando en el cilindro. La vasija que estaba formando no resultó como él esperaba, así que la aplastó y comenzó de nuevo a trabajarla. Así se sentía el Señor con el pueblo de Israel.
El alfarero tiene su molde y el creyente tiene el molde de la imagen de Cristo en su vida. Él sabe la deficiencia que tiene cada vasija. El alfarero, algunas vasijas las encuentra desfondadas, y no pueden ser útil. Otras presentan fallo en los procesos de secado y cocción. El horno para la cocción de la vasija es intenso y de ahí sale el producto final, a puro fuego. El alfarero a veces tiene que desbaratar la masa y trabajar de nuevo el barro.
La madurez del creyente, en ocasiones viene a través de pruebas, sufrimientos y desafíos que se puede ilustrar como esa masa de barro que tiene que ser rota por completa o en parte para obtener el resultado final y ser útil para su gloria.
El apóstol Pablo dice que somos como vasijas de barro para hacernos entender que la excelencia es de Dios y aprender a depender totalmente del Creador.
Como nosotros somos el barro y Dios es el alfarero cualquier situación critica o de aparente fracaso, Dios la convierte en una linda oportunidad para hacer un diseño mejor. Si el alfarero en cuestión pudo, Dios también puede rompernos por completo y sacar la fragancia de Cristo de nuestra vasija y es una vida completamente transformada a través de Cristo Jesús.
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