Lectura: 1 Pedro 1:3-9
Pastor Pedro Julio Fernández
La fe que confesamos tiene que ser probada para ver si es genuina o es fingida (2 Tim 1:5). Esta prueba es necesaria ya que se trata de la vida eterna y nadie puede engañarse a sí mismo con un acto de fraude. El oro siendo perecedero y siendo un metal de alto precio debe ser probado por fuego para ver si es oro de verdad y también para limpiarlo de impurezas.
Romanos 10 nos habla del orden de la salvación y esto incluye creer y confesar. La confesión se prueba de una vez con el bautismo en agua. Lucas 7 nos habla de gente pecadora que oyó la predicación y aceptó al Señor siendo bautizada en agua. Otros ahí mismo se negaron a bautizarse porque se creyeron santos y rechazaron los designios de Dios.
Mateo 13 nos dice que algunos recibieron la palabra con gozo que es una señal de la salvación, pero por el afán de este siglo y el engaño de las riquezas, así como la aflicción, y la persecución por causa de la palabra, ahogan su creencia.
Apocalipsis cierra un episodio de gloria en las iglesias de Pérgamo (Yo conozco tus obras, y dónde moras, donde está el trono de Satanás; pero retienes mi nombre, y no has negado mi fe, ni aun en los días en que Antipas mi testigo fiel fue muerto entre vosotros, donde mora Satanás) y Tiatira (Yo conozco tus obras, y amor, y fe, y servicio, y tu paciencia, y que tus obras postreras son más que las primeras).
Con Santiago 1 cerramos esta prédica ya que nos habla de lo beneficioso que es someter la fe a prueba. “Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas, 3 sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia. 4 Mas tenga la paciencia su obra completa, para que seáis perfectos y cabales, sin que os falte cosa alguna (Santiago 1:2-4).
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