Lectura: Mateo 5:1-12
Pastora Belkis Fernández
La verdadera felicidad no es en base a las circunstancias temporales. El creyente no puede pretender una felicidad barata, pasajera y vacía. Jesús, vio la multitud, subió al monte y parte de su enseñanza fue sobre las bienaventuranzas. Jesús en su naturaleza humana modeló todas las bienaventuranzas expuestas. Estas para ser aplicables en el aquí y en el ahora, por su iglesia, por cada creyente.
Bienaventurados los pobres de espíritu, bienaventurados los que lloran, bienaventurados los mansos, los que tienen hambre y sed de justicia, los misericordiosos, los de limpio corazón, los pacificadores, los que padecen persecución. ¿Tendrá el creyente que escoger una de estas bienaventuranzas? No, porque todas son atributos compatibles de Cristo con su iglesia.
Las bienaventuranzas constituyen la carta magna del creyente, donde encontramos los deberes y responsabilidades de los que practican la fe cristiana. La felicidad, expresada en las bienaventuranzas conlleva gracia, regocijo y una bendición secreta de una satisfacción completa.
Las bienaventuranzas conllevan sacrificio y entrega, así como dolor y rechazo. La felicidad más grande es saber que el pecador arrepentido puede recibir el perdón de Dios. Luego Jesús, les recuerda que sus seguidores deben ser luz y brillar, de tal forma que glorifiquen al Padre. Debe ser como la sal, que donde lleguen sazonen con la presencia del Espíritu de Cristo y puedan preservar vidas ante la pudrición y contaminación del pecado.
¿Cuál es el peligro de no imitar a Jesús? Por ejemplo, en la mansedumbre, Jesús dijo, imítenme a mí y hallareis descanso sobre nuestras almas (Mateo 11:29). Otro ejemplo, al relacionarte con los demás, ¿Eres de los que produce paz, eres pacifico, o eres de los que encienden un bosque? Muchos creyentes murieron por mantener su lealtad a Cristo y entregaron hasta sus propias vidas. Y hoy, ¿No toma riesgo, no les encuentra sabor a estas formas de construir la felicidad completa?
